Hablar con cualquiera de las personas que persiguieron el objetivo durante buena parte de sus vidas es exponerse a una saga de negligencia, ignorancia, inoperancia, corrupción y una falta de sentido común absurda: Argentina no tiene una cinemateca nacional. Esto es referirse a una institución pública que rescate, preserve, conserve, restaure y difunda el patrimonio audiovisual argentino, y cuyas instalaciones se compongan de salas equipadas y adecuadas para guardar los materiales fílmicos, un laboratorio en el cual arreglar, copiar y digitalizar esos materiales y uno o más cines para proyectarlos (varias cinematecas en otros países siguen un impulso lógico y suman a esas instalaciones un museo, una biblioteca, una tienda y/o un café para completar la experiencia). Argentina debería tener esta cinemateca desde 1968, según el artículo 59 de la ley 17.741, o al menos desde 1999, según la ley 25.119, o desde 2010, según el decreto reglamentario 1209.
Lo que existe actualmente es una CINAIN (Cinemateca y Archivo de la Imagen Nacional) “en organización” desde 2016, y que aún no llegó a concretarse. Hay instituciones públicas cumpliendo de facto varias de las funciones que le corresponderían a la CINAIN, como el Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken y el Archivo General de la Nación. Están los esfuerzos particulares que evidencian la inacción estatal (la Filmoteca Buenos Aires es el más rotundo) y reina una confusión usual sobre la Fundación Cinemateca Argentina, que es en realidad una institución privada y que no realiza una labor concreta digna de erigirla como una solución viable (Pablo Sirvén propuso esto en una nefasta columna de 2010 y Fernando Martín Peña le respondió, dejando varias cosas en claro sobre aquella entidad y quienes la conducen).
Es así que realmente no hay ningún rincón en este país con las condiciones ideales para conservar el patrimonio audiovisual, y la situación tiene particularidades que la tornan más difícil: las películas en acetato de celulosa se van pudriendo irreversiblemente, lo cual es un desastre, pero las más antiguas, en nitrato de celulosa, tienen una chance variable de entrar en combustión espontánea, que aumenta si no están bien vigiladas. Estamos hablando de un material presente al menos en el Museo del Cine, el Archivo General de la Nación y un depósito del INCAA en Floresta, y estamos hablando, en el peor de los casos, de posibles incendios y explosiones.
Hay una reacción errónea frente a todas estas cuestiones (la ya clásica pregunta es “¿Por qué no digitalizan todo, tiran las copias y listo?”), a la que aplica una ya clásica respuesta (“Para eso tiremos las grandes pinturas y que los museos las exhiban como plotters”). También hay un aspecto técnico: en el ámbito hogareño, y en mayor o menor medida, todos han visto la paulatina decadencia de videos, diskettes o pilas de discos vírgenes, que se fueron quedando sin dispositivos donde ser reproducidos, y todos han sufrido alguna vez la fría traición de un pendrive o un disco rígido, reacios a dar acceso al material que se les confió. Esas obsolescencias y debacles tecnológicas castigan de la misma manera a los soportes de los enormes archivos (digitales o magnéticos) que se usan para exhibir películas en salas, o para conservarse.
Muchas copias en fílmico llevan décadas de una subsistencia más que digna -en condiciones de conservación que no son las mejores-, y los métodos y dispositivos para proyectarlas ya no van a cambiar jamás. La escasa película que se sigue produciendo para que filmen los Tarantinos y Nolans del mundo, pero que eventualmente podría emplearse para crear una copia nueva de un archivo, está compuesta de poliéster y tiene una expectativa de vida de al menos cinco siglos, si se siguen los cuidados adecuados. También en este punto vale decir que, si el material fílmico está muy delicado como para ser proyectado o transportado, o no se pueden afrontar los costos de una copia nueva, la digitalización para exhibición es una aliada maravillosa. Pero no va a ser nunca la solución definitiva.
Pensar que esto se trata de un avance exclusivo del primer mundo sería otra falacia, teniendo en cuenta que ya hay instituciones de este tipo en Chile (que tiene la Nacional y la de la Universidad), México (que además de la de la UNAM tiene la Nacional, a la que sería mejor describirla como una Estrella de la Muerte), Colombia, Venezuela, Nicaragua, República Dominicana, Bolivia, Ecuador, Uruguay (apoyada en realidad por subsidios del Gobierno, más los apoyos de socios y auspiciantes) y Brasil (una en San Pablo, actualmente hecha pelota por el bolsonarismo, y otra en Río de Janeiro, dentro de un museo sostenido en parte por la Ley Federal de Incentivo a la Cultura).
Hubo hasta ahora tres personas al frente de la organización previa a la conformación de la CINAIN. La tercera, Carolina Konstantinovsky, había posibilitado en octubre 2019 la firma de un convenio entre el INCAA y el Ministerio de Cultura porteño para la construcción de un laboratorio de preservación fílmica en La Boca, una unión de esfuerzos inusual pero facilitada por el hecho de que el macrismo gobernaba en ambas esferas. Anunciado dos semanas antes de la victoria del kirchnerismo en las elecciones, era esperable que el cambio de gestión trajera demoras en los avances de las obras, y la pandemia incrementó la incógnita.
Konstantinovsky renunció a su cargo hace pocos días, y las breves repercusiones se centraron en la falta de frutos de su gestión, que deberá analizarse como corresponda. La simple cronología de los hechos y un comentario posterior de Konstantinovsky despiertan preguntas más inquietantes: ¿qué va a ser de ese convenio si su impulsora terminó renunciando? ¿Por qué no se dio avance a la solución más práctica y razonable que surgió en todo este tiempo? ¿La falta es de presupuesto, de un acuerdo con la exdelegada organizadora o de voluntad para compartir un proyecto con el signo partidario contrario?
Hay que pensar en lo que conlleva retroceder con este tema una vez más. En el futuro cercano y lejano se pueden seguir perdiendo películas, ya sea por degradación o conflictos legales (de los cuales ni siquiera Favio está a salvo); se puede producir algún siniestro evitable y se puede seguir arruinando cualquier intento de llevar una gestión patrimonial digna. Pero también hay un tema reciente: Pino Solanas murió hace casi cuatro meses, sin ver concretada una causa por la que peleó durante décadas, y por la que llegó a darle una paliza legislativa a Menem en 1999, cuando este vetó la primera sanción de la ley que establecía la creación de la CINAIN. Solanas logró volver a sacarla, con algunas modificaciones y una votación unánime.
Pino también fue un artífice e impulsor de la Ley de Cine del 94, que en su momento resultó una actualización fundamental para las políticas cinematográficas y las funciones del INCAA. Que las gestiones actuales del Instituto y el Ministerio de Cultura -conducidas por figuras que compartieron estas luchas con Pino- sean capaces de seguir evitando la existencia de la cinemateca es una idea muy cínica como para que se vuelva cierta.
Los esfuerzos de acá, las cinematecas de allá
Si aún hubiera que dar una razón más para esta demanda, habría que decir y desarrollar que exponerse a los contenidos que conserva una cinemateca es como descubrir que, hasta ese momento, la cinefilia era un departamento con el espacio suficiente para habitarlo cómodamente, y hasta toparse con sorpresas en sus rincones. Pero detrás de un mueble que nunca habíamos corrido se escondía el acceso a un altillo entero de material audiovisual, que empuja los límites formales de aquello que podríamos sentarnos a ver.
Esta idea no pretende ser compleja ni reveladora, porque la verdad es que desde pequeños nos sometemos a una dieta audiovisual que no está reducida al largometraje: inmortalizamos el eslogan de un spot publicitario, soportamos los registros de vacaciones ajenas (y devolvemos la molestia a los demás cuando viajamos), compartimos impresiones inmediatas en Twitter sobre el vistazo miserable que nos ofrece un teaser, y podríamos imitar la voz en off de un newsreel antiguo sin haber visto uno en nuestras vidas (si tienen más de 30 años alcanza con recordar lo que hacían en Deportes en el recuerdo). Nuestros hermanitos y sobrinitos nos ignoran para ver cómo otra persona, en otro continente, juega a algo que no entendemos en la computadora, o están demasiado ocupados inventando nuevas reglas semióticas en TikTok. En el episodio de Los Simpson del tónico afrodisíaco, Homero saca a los chicos de la casa para poder, por fin, reavivar el fuego con Marge en la cama. Un montaje hitchcockeano alude a lo que están haciendo, pero hay una vuelta de tuerca extra para explicar a dónde se fueron Bart, Lisa y Maggie: un festival de material fílmico de librería. Ojalá sea otra predicción acertada de la serie.
La pandemia colaboró con la disponibilidad de materiales, que era alta previamente, y hay horas sobre horas de archivos audiovisuales esperándonos para ser vistos de manera legal y gratuita. Vamos a recorrer una parte diminuta de lo que ofrecen cinematecas, museos, archivos y otros emprendimientos públicos y privados, en distintos países, para que se vayan de este artículo con provisiones para una maratón anárquica, un snack mientras se termine de bajar una película o un refugio al que escapar del desfile infructuoso por el menú de Netflix. Y exigiendo una #CinematecaYa en Argentina.
Filmoteca Online. La televisión argentina -y la gestión actual de su canal público- expusieron en 2020 una situación que las resume de manera perfecta. Con la gente siendo instruida a quedarse en sus casas no se dio continuidad a un programa como Filmoteca, la institución conducida por Fernando Martín Peña y Roger Koza que cuenta desde hace años con un público establecido, y una curaduría amplia de películas y otros materiales con los que se hubiera podido pasar mejor las noches de cuarentena. Filmoteca Online no es su reemplazo natural, por la ausencia de Koza, la programación no atada a un criterio semanal y la selección casi absoluta de cortometrajes. Su valor propio se fue construyendo por el acceso que viene brindando a muchas joyas poco vistas de la colección de Peña, que tenían menos posibilidades de inclusión entre sus ciclos y, obviamente, una visibilidad prácticamente imposible por otros medios.
El canal de YouTube fue abierto el 21 de marzo de 2020, lleva más de 200 emisiones y no tiene listas de reproducción o muchos títulos demasiado descriptivos. Es más que nada una invitación a saltar entre archivos con intuición y ganas de sorprenderse, pero puede hacerse una selección que represente muchos de los criterios de programación con los que Peña marcó una influencia en al menos dos generaciones de espectadores. Necesitan ver este cortometraje impresionante de Jorge Cedrón sobre la arquitectura de una sucursal del Banco Ciudad, este making of de Todos los hombres del presidente y esta compilación de escenas de rodeos con una voz en off indescriptible ("¡Yippeeeee! ¡Emociones, emociones y más emociones!"). Hay también entregas en serie de trailers, publicidades, cortos de cine político y algunos episodios de Filmoteca en el período con Fabio Manes, que son lecciones generosas y cuidadísimas de historia del cine y un recordatorio doloroso del contenido de calidad que podíamos enganchar en un canal argentino de aire hasta el año pasado.
Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken. El museo que se mudó más veces de las recomendables, que guardaba escenas de Metrópolis que se creían perdidas y que descubrió que había algo parecido a un videoclip de Serú Girán cumple 50 años dentro de unos meses. La gestión de su directora actual, Paula Félix-Didier, y el trabajo del staff del museo fueron poniendo en práctica una misión que es la que más se aproxima a la que debería tener una cinemateca en Argentina: cuidar lo que hay de la mejor manera posible, horizontalizar el canon de lo que se exhibe y se conserva y sobre todas las cosas mostrar, difundir, encontrar una vuelta atractiva para que el público acceda al material sin cambiar su esencia.
La clave para recorrer sus archivos en línea son las listas de su canal de YouTube. Entren a la dedicada a los archivos turísticos y regionales para ver cómo se hacían los Havanna en los 60, disfruten el trailer de la primera Toy Story en el esplendor del fílmico, entiendan cómo un noticiero cinematográfico explicaba los riesgos de una diarrea con dibujos animados y conozcan a los niños y niñas que habitaban General Pico hace casi un siglo, en el marco de un proyecto impresionante de digitalización de los archivos más antiguos del museo. Gran parte de lo poquísimo que se conserva de los inicios del cine argentino está en esa lista, y es fundamental que por la integridad de quienes lo cuidan -y de las imágenes que contienen- se construya el lugar adecuado donde ubicarlo.
Archivo General de la Nación. Tal vez la demostración más contundente de su labor está en los feeds de sus redes, donde se evidencia un esfuerzo previo de catalogación maravilloso, por la manera en que siempre tienen un archivo listo para compartir según una efeméride, un día alusivo a cualquier causa o incluso el tema del que se esté hablando en las noticias. El grueso de esas publicaciones está dedicado a noticieros como Sucesos Argentinos y otros de su especie, que comentaban las alternativas del deporte, las artes o la vida en sociedad. Una reflexión que se puede formar desde este tipo de materiales es ver cómo la línea de cada Gobierno se colaba indefectiblemente, a través de lo que mostraban en las imágenes y señalaban en las locuciones. Otra posibilidad es confirmar que los gatitos siempre "garparon".
British Film Institute / British Pathé. Internet parece haber invertido los roles en una vieja dicotomía del archivismo cinematográfico, según la cual la menottista Cinemateca Francesa elegía pasar y pasar y prestar y recibir y volver a proyectar las copias hasta gastarlas, y el bilardista BFI cuidaba con mayor recelo sus materiales del trajín de proyectarlos. Frente a la presencia online más bien caótica de la CF, el BFI tiene un repertorio considerable en YouTube, con un gran ojo para su curaduría, pensada desde varios ángulos más bien actuales. Un detalle destacable es cómo la playlist de películas huérfanas comienza con un video muy sofisticado, que explica este concepto de precariedad de derechos en ciertas obras, una herramienta muy apreciada porque, al menos en la Unión Europea, logra que prime el sentido común de compartir ciertos materiales antiguos sobre la burocracia legal que podría impedirlo.
Lo del noticiero British Pathé (y los materiales que el canal conserva de otras emisiones de su tipo) es sencillamente obsceno, con más de 20.000 videos solo en YouTube, para encontrarse con cualquier cosa imaginable entre la Segunda Guerra Mundial, el fútbol femenino inglés en 1919, estatuas y monumentos de Buenos Aires en 1971 o un compilado de tragedias de archivo al mejor estilo Crónica.
RaroVHS. El formato provoca un obvio recorte de tiempo, y los archivos de este sitio hermoso abundan en manifestaciones culturales del menemismo, signos históricos que algunos lamentan no seguir viviendo y bastante material éticamente inconcebible en lo contemporáneo. Si el Super 8 permitió que toda una generación de padres se convirtiera en documentalistas de los viajes familiares, el video hizo que todos pudiéramos ser archivistas desde casa, y este proyecto es uno de los mejores ejemplos (además de confirmar que mirar archivos se puede volver una droga).
Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Celebrando 150 años, el museo comenzó a compartir su colección audiovisual en enero 2020, subiendo un archivo por semana a una lista que demuestra un criterio formal y curatorial sostenido de manera coherente a lo largo de varias décadas, para abordar y difundir las colecciones y exposiciones, incluyendo además varias joyas de producción ajena pero conservadas allí. En 1983, empleados del museo analizaban la presencia de gatos en las obras del acervo; en 1972, se registraban los esfuerzos del área educativa para conocer mejor las conexiones de los estudiantes de la ciudad con las obras exhibidas, y en 1970 se mostraba el paciente trabajo de Lotte Reiniger, pionera de la animación. Hay también un retrato de la vida en Harlem, de 1948 -del cual Charles Chaplin era un ávido fan- y un documental sobre el trabajo de todas las áreas del museo en 1928.
Cineteca Nacional / Filmoteca de la UNAM. Todo aquello que hoy sabemos sobre cómo conservar el patrimonio audiovisual se fue formando sobre varias circunstancias tristes. Una de ellas fue el incendio que sufrió la antigua sede de la Cineteca Nacional de México en 1982 y que provocó la pérdida de 6506 películas, además de libros, revistas y guiones. Abriendo una playlist de archivos de la Cineteca hay un recorrido por esa sede, ocho años antes del incendio. El registro es deprimente por partida doble, tanto por lo inquietante de recorrer ese edificio imponente, sabiendo cuál fue su final, como por la envidia que provoca ver que ya en los 70 había quienes entendían qué se debe hacer cuando tu país está a la cabeza de la cultura cinematográfica latinoamericana. El resto de la playlist tiene un buen balance entre distintas temáticas y períodos, con etnografía, campañas públicas muy propias de otras épocas y una victoriosa expedición de nuestro Racing.
La filmoteca de la UNAM (que no merecía cumplir sus 60 en cuarentena) tiene una buena oferta de largometrajes restaurados en línea y mucho material alrededor del movimiento estudiantil de 1968, del que formaron parte los alumnos de la Universidad. Varios de los spots promocionales previos a los juegos olímpicos de ese mismo año son una contrapartida muy interesante, para ver la imagen que se quería proyectar hacia afuera y empujar hacia adentro, y algunos documentales de 1955 proponen un paseo relajado y con contexto histórico por la Ciudad de México, el bosque de Chapultepec y la Alameda Central.
Familiares y caseras. El Home Movie Day prendió rápido entre cinematecas, museos y centros culturales de todo el mundo, y abrió la puerta a un intercambio novedoso y genial entre las instituciones y el público: un día al año, se convoca a la gente a que lleve películas de su familia, sus obras amateurs o cualquier material que hayan encontrado o adquirido, siempre y cuando no se trate de una producción comercial o profesional. La persona que asiste, cuando llega el turno de proyectar lo que llevó, se convierte en presentadora del material para el resto de los asistentes, y puede dar una breve introducción o ir comentando sobre las imágenes a qué parientes reconoce. Prepandemia, su versión porteña y presencial se llevaba a cabo en el Museo del Cine, con sesiones maratónicas y muy divertidas, plagadas de viajes a Mar del Plata y hallazgos insólitos comprados en Parque Centenario.
La cuarentena empujó el evento a la virtualidad, en muchos casos sin la participación del público, pero muchas instituciones reciben y comparten este tipo de material en cualquier momento del año. Pueden ver el HMD 2020 del Museo del Cine, la Cineteca Nacional de México, el ITESO de Guadalajara, la Sociedad Histórica de Rhode Island, el Museo de Cine Austríaco y una edición de Halloween buenísima, de los Chicago Film Archives. Si se busca un recorrido menos azaroso, la Cineteca Nacional de Chile tiene una sección específica para el género en su sitio web maravillosamente catalogado. Y si quieren ver una historia familiar con comentarios en vivo, hay una participación inolvidable de Fabio Manes en el HMD.